Alan Pinos (30 años) parecía más sorprendido por la cola en el bazar que por el apagón general. Unas cuantas personas aguardaban para pagar las velas y las pilas que quedaban, lo mismo que buscaba él, que, junto a dos compañeros de trabajo, se había decidido a comprarlas tras más de una hora aburrido y a oscuras en la oficina. “Hoy nos hemos dedicado a esperar”, decía, sin saber que a apenas medio kilómetro centenares de personas agolpadas a las puertas de la estación de Sants practicaban el mismo deporte del lunes al sol. Él, como muchos otros, se lo tomaba con sorna: “Soy de Cuba, tengo experiencia en esto”.

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